RODOLFO
LIVINGSTON
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CIRUJA DE CASAS
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Uno de los problemas más importantes
que debemos encarar los arquitectos en todo el mundo es la falta de
adecuación al usuario de la mayor parte de las obras realizadas. El experimento de Moffat Años después empecé a dar cursos
de arquitectura para graduaos en mi estudio particular. Una de las
clases estuvo a cargo de Alfredo Moffat quién, sin anunciármelo, organizó
un "ensueño dirigido" que consistía en lo siguiente: los participantes
se recostaban cómodamente en la alfombra, con los ojos cerrados. Moffat
los inducia a imaginar una casa. Primero debían "verla" desde lejos.
¿Cómo era su aspecto? -preguntaba-; poco a poco se iban acercando,
entraban, -¿cómo era la entrada?- recorrían el interior, conducidos
en su "viaje" por las espaciadas preguntas de Moffat, quién previamente
había aclarado que se trataba de una casa vacía, en alquiler, para
evitar que alguien se "enganchara" con recuerdos de la infancia y
la experiencia se deslizara hacia el campo del psicoanálisis. Otro experimento El año pasado introduje una modificación
en el curso: traje clientes reales. Eran amigos y conocidos que precisaban
los servicios de un arquitecto. El grupo atendió a los clientes, bajo
mi supervisión, desde el primer contacto, pasando por todos los conflictos
típicos ("mi idea versus su idea", "y si no me gusta el anteproyecto?",
planteo de honorarios, etc, etc) hasta la terminación de los
trabajos. Estos métodos existen y han producido
edificios verificados en el uso, como es el caso de la erradicación
de villa 7 (Barrio Justo Suárez), uno de los mejores ejemplos de vivienda
popular en Buenos Aires. El grupo SAR, de Holanda, expuso su sistema
de participación del usuario y mostró escenas filmadas,
en el CAYO (23-4-80) Teoría y práctica en la enseñanza de la arquitectura En los paises culturalmente dependientes,
como el nuestro, suele entenderse por teoría, al estudio de textos
extranjeros, cuando en realidad el método científico consiste en la
sistematización y posterior verificación, de la experiencia
directa. Ese y no otro debe ser el núcleo de toda auténtica teoría.
Solo se estudian dibujos, es decir,
símbolos de la realidad. Se cree que actuando sobre los símbolos,
se podrá actuar después sobre la realidad; algo muy parecido al rito
vudú. Todas las materias son necesarias (unas más que otras, convengamos)
pero lo cierto es que el egresado sufre un impacto muy violento
cuando el ayudante de cátedra, que durante 6 años (o más) se disfrazó
de cliente, es substituido de golpe por los clientes de verdad. Es
mucho más duro este impacto que el famoso encontronazo con la mezcla
y los ladrillos, porque es mucho más fácil conocer ladrillos y técnicas
constructivas, que interpretar personas. Fase 1 El cliente está contentisimo porque
en cada visita que hace a la obra observa cambios impresionantes.
Las paredes desaparecen de un día para otro, si se trata de una reforma,
o la casa crece un piso por semana si es una obra nueva. La velocidad
del hormigón armado es realmente asombrosa. Fase 2 Albañilería gruesa y plomería terminadas.
Avanzan los revoques. Es entonces cuando se produce la primera, fatídica,
visita del domingo.
Las desalentadoras comprobaciones
del domingo se transforman siempre en el llamado del lunes al arquitecto.
¿Cómo explcarle al cliente, mi querido colega, que es casi
imposible percibir el tamaño de un ambiente atravesado por palos,
sin luces, sin muebles, ni plantas? Fase 3 Se mueven por la obra los colocadores
de cerámicos y se insinúa ya la presencia de los carpinteros y los
pintores. El cliente, el mismo que durante la demolición (o
el hormigón) se mostraba tan respetuoso y no intervenía para
nada ("lo que vos digas está bien... y no me meto... vos sos el que
sabe...") avanza directamente sobre José, el colocador, y le da Órdenes.
Quizás el pecado original lo cometió José (¿cómo saberlo?)
cuando le preguntó un día, como para romper el hielo: "¿Y
qué le parece? ¿Cómo está quedando? ¿Eh?". El cliente, que durante
esta etapa va todos los días a la obra, empieza a percibir como superflua
la intervención del arquitecto. ¿Acaso José no se muestra dócil
ante sus requerimientos y el pintor no cambia los tonos siguiendo
sus sugerencias? Poco después también empieza a percibir como superflua
la intervención del constructor y hasta la del capataz.
Esta crisis alcanza su clímax el día en que nuestro cliente llega a la obra una hora antes que su arquitecto y detecta una fila de cerámicos mal colocados por Jo- sé: "Vos me pedís que no dé Órdenes en la obra -nos dice con aire de suficiencia-, pero si yo no hubiera llegado a tiempo..." Fase 4 El cliente se mudó a su nueva casa. Hay una canilla que no cierra y además siempre, siempre, hay una gotera. O quizá pase agua por la infaltable lucarna. Por si fuera poco, algunos ambientes no responden a la imagen interna que creció en la mente del cliente durante la etapa de proyecto. En las revistas de decoración los ambientes parecen tan grandes...! Fase 5 La gotera fue arreglada. La casa tiene, por fin, plantas, corti- nas, alfombras y luces bien ubicadas, sin todo lo cual no existe la ambientación ni la percepción del espacio ambicionado, porque luces, plantas y cuadritos son casi todo. Entonces los amigos felicitan a nuestros clientes. Ellos miran desde el living, que ahora les parece amplio, hacia las plantas del patio... y se sienten felices. ¿Llamarán a su arquitecto para decírselo? Por suerte, muchas veces si lo hacen, y entonces nosotros somos, también felices. Conclusión para colegas y clientes Creo que estas etapas son casi ineludibles, cuando se trata de clientes usuarios. A veces su origen radica en que el profesional no supo interpretar cabalmente a su cliente durante la etapa de proyecto. Pero siempre ocurren. Pueden venir con o sin fiebre, con o sin razón, pero ocurren. Sus causas profundas son muy interesantes y escapan a la dimensión de este espacio. ¿Qué se podría hacer para aliviar la cosa? Colega: entregue usted a su cliente una copia de esta nota al iniciar su próxima obra. De nada.
Cupón para enviar al cliente con esta nota. Atención del autor El cliente ideal Los arquitectos consideran que una buena relación con su cliente consiste en escuchar atentamente sus necesidades y hacer luego una casa que responda a ellas. En la Facultad suele imaginarse a este cliente abstracto frente su arquitecto, pidiéndole: "satisfaga mis necesidades funcionales y psicológicas en relación con el espacio, de acuerdo con mi presupuesto, aprovechando los materiales de la zona y en armonía con el sitio". A continuación, el cliente pasaría a enumerar esas necesidades, describiendo ambiente por ambiente. Pero ese cliente arquetípico, ideal, no existe. Los clientes reales Ningún cliente plantea necesidades
"puras" sino que las presentan prolijamente disimuladas dentro de
una solución, de un proyecto, rudimentario, pero proyecto al fin.
"Yo sé muy bien lo que quiero", dice, y extrae un papel cuadriculado
con un dibujito hecho con bolígrafo o empieza a hacerlo delante del
arquitecto. Eso si, nunca está indicada la escalera ("de eso se ocupa
usted, arquitecto"). 1) Ante la reacción del profesional,
el cliente no le encarga el anteproyecto. "Me pareció que no
me iba a interpretar", dirá después. ¿Qué ocurrió?. Se trata del conflicto entre dos propietarios legales: El propietario intelectual del proyecto y el propietario material de la casa. Este conflicto no se dá en otras áreas de la creación como la música, la literatura o la pintura. Es exclusivo de la arquitectura. Sin embargo, ni siquiera se menciona en la Facultad ni en los libros o revistas especializadas. La "memoria" escrita de la obra empieza siempre con una somera descripción de la familia: el oficio del padre, la cantidad de hijos y algún mínimo dato más es todo lo que se informa. ¿Conflictos? Jamás. El proyecto empieza con un arquitecto inspirado frente a su tablero. Lo anterior no existe y su lugar es ocupado por el fantasmal Cliente Ideal citado al comienzo. Reproducción del capítulo (El cliente vivo) del libro Cirujía de Casas 9na edición CP67 (páginas 113 a 125)
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